viernes, 4 de febrero de 2011

Juan Sanchez de Aranda, al servicio del Rey

Desempeñar el cargo de adalid real tenía sus buenas compensaciones, ya que en tierra de fronteras el mandar las tropas suponía un poder y una notable influencia en los territorios bajo su vigilancia. Pero también tenía unas contraprestaciones de difícil evasiva. Así que cuando el rey llamaba, había que acudir o poner una excusa muy convincente si no querías despertar el enfado real.

Y si, por un momento, Juan llegó a soñar que tras la conquista del Castillo de La Mota le esperaban años de cierta tranquilidad, y  que solo lo perturbarían las escaramuzas con el reino de Granada, la realidad pronto le hizo poner los pies en el suelo.

Estamos a mediados del siglo XIV y los reyes castellanos, además de sus lides guerreras con los reinos moros del sur de la península española, tenían también otros intereses cuando en algún reino vecino  la dinastía flaqueaba y cabía la posibilidad de anexionar nuevos territorios. Y eso fue lo que ocurrió cuando, en 1383, fallece el rey portugués Fernando I.

JuanIdeCastilla

Juan I de Castilla

  En Castilla reinaba entonces Juan I. Se había casado con Beatriz, hija del difunto monarca portugués, así que el castellano comenzó a ilusionarse con ampliar sus territorios hasta alcanzar las costas atlánticas. Pero  no contó con la resistencia de parte de la nobleza portuguesa que lo ultimo que deseaba era la unión con el reino Castilla donde perderían mucha influencia. Así que decidieron nombrar a su rey que,  coincidencias de  la vida, fue coronado también como Juan I y al que se le añadió el titulo de Gran Maestre de la Orden de Avis.

Juan I de portugal

Juan I de Portugal

En este estado de cosas, entre Juanes andaba el juego y el enfrentamiento estaba servido. Juan I de Castilla que quería más territorios, y Juan I de Portugal que no quería dar su brazo a torcer y perder los suyos.

Dudo que a nuestro Juan Sánchez de Aranda le hiciera mucha gracia la llamada del rey castellano. Porque a pesar de lo avezado en las luchas fronterizas, sus sesenta años debían ya pesar lo suyo como para irse a cientos de kilómetros de su ciudad a guerrear. Pero la llamada del rey era inexcusable.

Así que con algunos de sus hombres se encaminó a engrosar las tropas de Juan I a una guerra que terminaron perdiendo. Porque los portugueses ante la invasión de sus territorios contraatacaron decididos y propinaron un severa derrota a las tropas castellanas en la batalla de Aljubarrota. Y con ello se acabaron las alegrías expansionistas de Juan I de Castilla, ya que además de quedarse  casi sin ejercito, fue obligado a firmar una larga tregua.

Batalla de Aljubarrota - 02

La batalla de Aljubarrota

Pero a pesar del mal trago de la derrota, Juan volvió con la satisfacción de haber obtenido algún beneficio.

Nos cuentan las crónicas que estando en tierras castellanas, cerca de Salamanca,  se habían asentado las tropas cerca de una pequeña aldea, Barbadillo,  a la que habían puesto sitio. Al amanecer, junto con su escudero Juan Alonso  y un paje decidieron dar una vuelta por los alrededores por si descubrían algún movimiento de tropas entre los cercados. Cada uno de ellos llevaba una lanza, aunque el paje, ya sabes, cosas de las diferencias sociales, iba a pie. Cuando llegaron a una colina   divisaron algún trasiego junto a las puertas de la villa.

Eran algunos de los habitantes que, aprovechando esas primeras horas, y suponiendo un menor peligro, sacaban a un nutrido rebaño de vacas cerca del adarve para que pastaran. Al ver aquello, algo pasó por la mente de Juan, que dejó al escudero en lo alto de la colina con la lanza bien alta, y a la que le había anudado un trozo de tela que llevaba al cuello para abrigarse del frescor matutino.  Desde lejos, daba la impresión de ser un estandarte.

Corriendo al galope en dirección al ganado, señor y escudero, consiguieron llegar hasta donde estaban el ganado, y sin ningún impedimento, y observando la perplejidad de los de la ciudad se llevaron las vacas.

Pero lo que pasaba por las mentes de los cercados era que les tendían una artimaña para conseguir entrar a la ciudad, ya que al ver en la cercana colina lo que para ellos parecía una bandera, pensaron en un nutrido grupo de atacantes, cuando en realidad solo era el paje con la lanza clavada en el suelo.

Al final la estratagema de Juan Sánchez de Aranda sirvió para el regocijo de sus compañeros de armas y para que el rey lo felicitara y le diera en propiedad las reses conseguidas con las que inició un próspero rebaño.

Se cuentan sobre él más historias de este tipo en las que se evidencia su astucia y valor, “animoso”, también  es la palabra con la que le definen en las crónicas de la época. Ese buen hacer que demostró a lo largo de su vida y del que se sirvieron los muchos reyes a los que sirvió fue recompensado con una distinción honorífica, La Orden de la Banda. Pero de eso hablaremos el próximo día…