sábado, 5 de marzo de 2011

La Orden de la Banda

Estaba el rey Alfonso en Burgos, allá por el año 1.368, cuando se le ocurrió la idea de crear una distinción para aquellos que cumplieran determinados requisitos. Fray Antonio de Guevara, un inquieto monje franciscano, en una de sus obras allá por el siglo XV, nos la describe así:

“…Llámanse caballeros de la Vanda, porque traían sobre sí una correa colorada, ancha de tres dedos, la cual a manera de estola la echaban sobre el hombro izquierdo, y la annudaban sobre el braço derecho.

No podía dar la vanda sino sólo el rey, ni podía ninguno rescebirla si no fuese hijo de algún caballero, o hijo de algún notable hidalgo, y que por lo menos hubiese en la Corte diez años residido, o al rey en las guerras de moros servido…”

No sé en que estaría pensando el rey cuando se le ocurrió instaurar esta distinción entre los más meritorio de sus vasallos, pero leyendo algunas de sus obligaciones, casi parece que intentaba recrear esos pasajes de leyenda que tantas veces hemos visto en las películas sobre el rey Arturo y sus compañeros de la Tabla Redonda.

“…Mandaba su regla que fuese obligado el caballero de la Vanda a tener buenas armas en su cámara, buenos caballos en su caballeriza, buena lanza en su puerta y buena espada en su cinta, sopena que si en algo de esto fuere defectuoso, le llamen en la Corte, por espacio de un mes, escudero, y pierda el nombre de caballero…”

Tampoco tenía muy en cuenta en el entorno geográfico en qué se movían ni la capacidad económica de los galardonados con este reconocimiento regio que en muchas ocasiones basaban su economía en una agricultura y una ganadería que no siempre daba los beneficios que se esperaban.

“…Mandaba su regla que el caballero de la Vanda entre  semana se vistiese de paño fino y las fiestas sacase sobre sí alguna seda, y las pascuas algún poco de oro, y e medias calças y truxese botas, fuese obligado el maestre de se las tomar, y a los pobres dellas limosna hacer…”

Eran numerosas las  indicaciones de como debían desenvolverse en el día a día, y dudo, después de leer los comentarios de autores de la época, que esas reglas más típicas de una novela caballeresca que de una sociedad que estaba un día si y otro también enfrascados en contiendas de diverso calado, fueran compatibles con ese dechado de virtudes cortesanas que se les pedía.

“…Mandaba su regla que si algún caballero de la Vanda topase en la calle con alguna señora que fuese generosa y valerosa, fuese obligado de se apear, y de la ir acompañar, sopena que perdiese un mes de sueldo y fuese de las damas desamado…

…Mandaba su regla que ningún caballero de la Vanda fuese osado de comer cosas torpes y sucias, es a saber: puerros, ajos, cebollas, ni otras semejantes vascosidades, sopena que el tal no entrase aquella semana en Palacio ni se asentase a mesa de caballero…”

Pues bien a este tipo de obligaciones, y otras muchas más del mismo estilo, estaban obligados aquellos a los que el Rey distinguía con la pertenencia a la Orden de la Banda. Y no me imagino a nuestro Juan Sanchez de Aranda, como a otros muchos de nuestros Arandas que también obtuvieron esa distinción, con todas las tribulaciones y peripecias que tuvieron que afrontar en su vida de frontera guardando esas composturas caballerescas y palaciegas.

A pesar de las buenas intenciones del monarca que la creó y de sus sucesores que fueron premiando con ella a sus súbditos más destacados, la Orden de la Banda fue decayendo por el gran número de caballeros que la fueron obteniendo, pero sobre todo hubo dos motivos que incitaron aún más su decadencia, el que se le concediera a algunas mujeres como el que también fueran sus destinatarios muchos caballeros sin fortuna.

Así que si estabas pensando colocar ese reconocimiento real en tu tarjeta de visita, porque sin duda por ser descendiente de estos Aranda, estás más que habilitado, tengo que darte una mala noticia. La Orden de  la Banda por ese desprestigio en el que se hundió a finales del siglo XV se consideraba ya extinta.