jueves, 20 de mayo de 2010

Pascual Sánchez, adalid del Rey (I)

Cómo ya te dije el día anterior, es el suegro de nuestro primer Aranda. Tuvo buen acierto al buscar esposa, y fijó sus ojos en la hija de Pascual Sanchez, y esta a su vez en él. Este Pascual era nada menos que el adalid de las tropas en la ciudad de Martos.

Esa palabra, adalid, que proviene del árabe addalil, significa guía y en castellano conserva ese significado de persona que dirige, y que una vez trasladado al ámbito militar nos identifica al jefe de una guarnición. En este terreno fronterizo en el que nos movemos, quien desempeñaba esa función, tenía asignadas importantes tareas:

Disponer las emboscadas

Formar las partidas que luego participarán en las algaradas

Elegir los lugares donde establecer las atalayas

Realizar incursiones en terreno enemigo para recabar información, etc.

Es un puesto interesante al que han dedicado sus estudios algunos historiadores, recogiendo con más amplitud no solo las funciones, sino también las peculiaridades de su nombramiento. Si te interesa saber algo más sobre los adalides, puedes buscar, entre otras, en la obra que el Conde de Clonard dedicó a la historia de la infantería y caballería españolas. Eso sí acumula algo de paciencia porque esa obra la componen 16 volúmenes.

Así que volvamos a nuestro Pascual. Mandando las tropas acuarteladas en Martos, una de las misiones que tenía era la de hostigar a los enemigos de la cercana ciudad de Alcalá la Real, camino natural y firme baluarte antes de llegar a Granada.

Una noche se dirigió hacia la fortaleza alcalaína, situada en lo alto de un cerro y del que tomaba su nombre, la Mota. Ya describiremos en su momento esta impresionante atalaya, uno de los ultimos baluartes antes de llegar a Granada.

Pascual, y así seguimos con nuestra narración, lanzó una escala sobre el adarve y consiguió meterse en uno de los corrales donde guardaban los rebaños de cabras. Su intención era proseguir hacia el interior del castillo para recabar más información, pero escuchó algunos ruidos que le alertaron. Entre el rebaño de cabras había alguien más, sigiloso, se movió hacía donde provenía el rumor y descubrió, sorprendido, a un pastor que estaba alimentando a unas crías recién nacidas.

No se lo pensó dos veces, se lanzó sobre el asombrado cabrero y consiguió inmovilizarlo. Con la boca tapada para que no diera la voz de alarma, volvió sobre sus pasos y bajó por la escala. Conforme se alejaba de las murallas iba pensando en las preguntas que le haría a su prisionero, aunque tampoco esperaba conseguir mucha información, pero en cualquier caso, se congratulaba, tenía un cautivo que podría ayudarle en las tareas de su casa.

Aquella internada, una más de las que se realizaban cada cierto tiempo, y que en un primer momento les pudo parecer insustancial, al pasar unos meses cobró una especial relevancia para el control de la fortaleza alcalaina como veremos en los próximos dias…

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