El linaje de Don Romero se va extendiendo y asentando en la comarca arandina, pero algunos de sus descendientes buscan nuevos horizontes, unas veces de manera obligada, otras por propia voluntad y buscando mejorar su posición social, comienzan a dispersarse a otros lugares de la península ibérica.
Son unos siglos en los que la vida va a girar casi siempre en torno a las luchas contra los reinos árabes, por tanto, no debe extrañarnos que surjan una y otra vez, referencias a episodios bélicos que serán relatados, en ocasiones, con una exaltada vehemencia. Pero entremos en materia mientras vamos asistiendo a la dispersión de nuestros antepasados, desde su patria chica a los confines más apartados…
Escribe Sancho de Aranda en su Discurso genealógico:
“ De este mismo linaje de Don romero fue descendiente otro cavallero que se llamó Don Garzía Romero, el qual según lo que despues fue, se devía de ir al Reyno de Aragón desde manzevo, e serbir al rey; do le suzedió tambien la ventura que vino a ser gran señor como aquí se dirá…”
Y lo que le sucedió fue, ni más ni menos, que se encontró encuadrado en las tropas del rey aragonés en un momento clave de la Historia.
Y ese momento es nada menos que La Batalla, como se le conoce entre los árabes, o Las Navas de Tolosa como pasó a los anales cristianos, y que supuso un punto de inflexión en la correlación de poderes entre ambos bandos y marcando el inicio del declive de los reinos musulmanes en la península ibérica.
El momento es julio de 1.212, y el lugar, las Navas de Tolosa, unos llanos situados al norte de la provincia de Jaén y cercanos a los desfiladeros de Despeñaperros. Hacia allí se dirigen las tropas de una coalición encabezada por el rey de Castilla Alfonso VIII, al que se unen Sancho VII de Navarra, Pedro II de Aragón y Alfonso II de Portugal.
Junto a ellos hay fuerzas pertenecientes a las Órdenes de Santiago, Temple, Calatrava y Malta. El papa Inocencio III convoca a su vez a los cruzados que por miles y desde todos los puntos del resto de Europa, acuden a la llamada papal.
En conjunto, las tropas cristianas rondaban los 70.000 combatientes, después de las deserciones que se producen por distintos motivos.
No obstante, eran muy inferiores en número a las musulmanas que, aunque algunos escritores han cifrado que superaban los 200.ooo mil soldados, la mayoría cifran sus fuerzas algo por encima de los 120.ooo hombres. Y con una participación tan diversa como sus oponentes.
Al frente se encontraba la infantería marroquí, cuyas espaldas eran guardadas por los infantes de Al-Andalus. Detrás y cubriendo los flancos estaba la temida caballería africana, autentico azote de las tropas cristianas por su velocidad y destreza.
Detrás de ellos armados también con lanza y espada, esperaban, a caballo, los arqueros turcos, que eran una unidad mercenaria de élite. Y en última línea se encontraba la Guardia Negra, soldados esclavos del Senegal que atados con cadenas, rodeaban la tienda del sultán que,vestido totalmente de verde y con el Corán en una mano y una cimitarra en la otra, no dejaba de arengar a las tropas.
Es comprensible la preocupación que se percibía en el bando cristiano ante la magnitud de las tropas oponentes, y que, además, contaba con el factor estratégico, ya que el sultán con acertados movimientos tácticos había conseguido dejar a los cristianos cercados por las montañas y con escasa capacidad de maniobra. Por fortuna para ellos, un pastor, incluso la leyenda dice que San Isidro, les señalo un camino alternativo que seguía una antigua vía romana, y que les permitió preparar en mejores condiciones la batalla.
En las crónicas que recogen los hechos, siempre aparece el nombre de Don Garcia Romero al frente de las tropas, acompañando a Diego Lope de Haro, hasta conseguir romper las defensas enemigas:
“…Don Garzia Romero llevó la delantera y primera batalla de los primeros encuentros…e hizo maravillas de su persona en los enemigos delanteros…”
El enfrentamiento pasó por varias alternativas sin que se decantara por uno de los bandos hasta que en un ultimo intento, los reyes cristianos inician con las ultimas filas de sus ejércitos un ataque decisivo que consigue elevar el ánimo de las tropas, y provocando, lo que al final fue determinante, un ataque frontal contra el lugar desde donde el sultán dirigía la lucha.
Ha sido este momento el que mayor interés ha suscitado en los cronistas por el dramatismo y crueldad con el que se actuó. el hacinamiento de atacantes y defensores, estos atados con cadenas o enterrados en el suelo para indicar que no se marcharían, provocaron tal carnicería que, según los testigos, los caballos difícilmente podían maniobrar entre tanto cadáver amontonado.
Esta acción ofensiva que consiguió romper la defensa del sultán y que lo obligó a huir a la desesperada, propició el desánimo de sus tropas y la victoria final de las tropas cristianas.
Esa acción tan espectacular y que gráficamente quedó relacionada con la rotura del cerco de cadenas de la tienda del sultán, supuso para muchos de sus participantes el añadir al escudo de armas de sus linajes el símbolo de las cadenas.
La derrota musulmana supuso el inicio de un declive que aunque pausado, aún se tardaría casi trescientos años en conquistar la totalidad de las tierras a los reyes árabes, ya no tendría vuelta atrás.
El desarrollo más detallado de esta decisiva batalla ha sido profusamente estudiado y aparecen numerosas reseñas en la web.
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